Analizar al fútbol, entenderlo y ensayar teorías es una de las cosas más interesantes que nos permite este juego que está cambiando tanto. Los últimos tres partidos de River dan esa posibilidad por la cantidad y variación de elementos en juego y porque sin dudas, el equipo de Gallardo es el que entrega más matices. Partiendo de uno clave que es su generosidad (madre de sus virtudes y defectos, al fin), aunque esta le juegue en contra muchas veces.
El mejor River de Gallardo, el del torneo argentino anterior y en el cual salió subcampeón, presentó en sociedad de la mejor manera al técnico. Fue el sorprendente River. Juego ofensivo «desde» sus centrales y el volante central, posesión inclaudicable, rotación, pausa, aceleración, distracción y llegada. Pero básicamente la posesión con alternancias en el toque y la aceleración (una versión autóctona de los máximos exponentes de la posesión efectiva: Barcelona y Bayern Munich, salvando las distancias y solo para ser más gráficos en la explicación). Hubo alternativas coyunturales que llevaron al equipo a introducir otros capítulos de otros manuales (algún partido con Boca en las copas -Sudamericana y Libertadores- y algún otro encuentro internacional de copas). Pero básicamente no fue el equipo de las mil caras, sólo tuvo una aunque a veces cambiara su expresión. Igual validó siempre su propuesta, interesante para el fútbol argentino camaleón y dubitativo (en las convicciones cuando de búsqueda ofensiva se trata).
Estos tres últimos partidos de River por el Torneo de los 30, mostró algo interesante. Si bien en general superó a sus rivales y en lapsos de esos partidos (San Martín de San Juan, Estudiantes y Huracán) pudo haber resuelto el resultados sin problemas (lo que lo hubiera dejado en la cima con los 9 puntos de los nueve -factibles además- más el postergado ante Defensa y Justicia) quiso ser el mismo desde su lugar conocido, pero lo fue desde otro lugar. Y eso tal vez lo condenó. Sigue apostando a la voracidad por atacar, pero ya no con posesión de pelota con distintos ritmos, sino con una más lineal y con menos variaciones. Fue algo más parecido al Real Madrid (otra comparación extrema para ser más gráficos aún), que casi siempre tiene el balón más que el rival, pero juega dentro de un vértigo e intensidad casi sin freno y sin pausa, claro, con ejecutantes especiales (CR7, Bale, Benzema, James, casi nada). River viene siendo más vértigo que aceleración, fue más previsible en posiciones de rotación, casi no tuvo distracción para la aparición de los no «esperables». Pero dos cosas lo condicionaron mucho: su falta de definición y su mandíbula de cristal como la muchos boxeadores que van ganando pero no aguantan un golpe rival. Es un torbellino (o medio) hasta que le cobran el peaje. Ahí se obnubila. Y tiene pocas respuestas individuales desde el fondo y sus volantes cuando el rival lo ataca en réplica. La idea de Gallardo no cambió, y seguramente la de sus jugadores tampoco, aunque por ahora parecen más firmes las convicciones del DT que la de los futbolistas.
Martínez, Sánchez y Mora. Muchas condiciones, ahora disociadas.
Ahí está el mayor desafío del entrenador: que sus jugadores re-entiendan que posesión debe ser la alternancia perfecta entre pausa y vértigo, que define el mejor ubicado no el que quiere definir, que si no se distrae el rival marca hombres no sombras, que si el equipo juega cerca del área rival, los que sobran del ataque deben achicar sobre el inicio de la posible réplica, y que la única forma forma de atacar corto es recuperar la pelota en campo rival, con presión en tierra ajena.
Realmente desde el exitismo de muchos y la exageración de otros, respecto del momento de los potenciales definidores del Mundial de clubes, se vienen tres meses más que interesantes para ver la evolución o profundización de las inestabilidades actuales del Barcelona y de River. Por supuesto que no hay equivalencias en cuanto a la potencialidad de ambos. Uno suma jugadores y tiene un plantel larguísimo, mientras que el otro (River) se desarma en su semestre más inédito de su historia (podría ganar tres títulos internacionales más, nada menos). Uno tiene al mejor jugador del mundo y contra eso no hay equivalencia ninguna. Hasta se podría dar la situación muy «loca» de que River insista en este juego de posesión y ataque y el Barcelona ajuste su nuevo juego, de menos posesión y más rapidez en verticalidad.
Mucho se está viendo pero todo está por verse. Si quiere tener la chance de enfrentar al gigante, River deberá recuperar no su identidad, sino el funcionamiento que tuvo dentro de ella. No tiene que volver a ser ofensivo, tiene que saber jugar ofensivamente, no tiene que crear más llegadas, apenas debe tener más alto promedio en la definición en las que genera.
River debe volver a entender, como bien lo hace su técnico, que tiene que recuperar inteligencia sin dejar de lado la intensidad. Algo así como reformular algo que había internalizado: sin correr (piernas) el fútbol es una ruleta, pero sin pensar (cerebro) es de metegol.
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