Supongamos, apenas, que todo esto comenzó en 1930, cuando la Selección Argentina cayó 4-2 en la final del Mundial contra Uruguay, en Montevideo, y el gran responsable para mucha gente y muchos periodistas fue el líder del seleccionado, Luis Monti. Doble ancho (por su fìsico y por sus espaldas para cargarse al equipo, como se reclama hoy en día) que según dijeron, «se borró», «arrugó». Monti quedó estigmatizado, y aunque luego se fue a Europa a jugar para Juventus donde triunfó y salió campeón del mundo con Italia en el Mundial de 1934, fue señalado como el padre del fracaso para las reflexivas y analíticas cabezas de muchos hinchas y periodistas argentinos. Monti, además arrastraba el vergonzante subcampeonato olímpico de Amsterdam 1928. ¡Imaginarse, por favor, dos finales perdidas en dos años!
Supongamos, apenas, que todo comenzó en realidad en el Mundial de Suecia 1958. La Selección Argentina, a la que según decían había que armar dejando decenas de cracks afuera, arrasaba en los torneos sudamericanos (padre de la actual Copa América). Pero por la guerra primero y por decisión del gobierno luego, no tuvo competencia en los mundiales de 1950 y 1954. A Suecia se fue entonces, siendo «los mejores del mundo» como se decía por aquí humildemente. Pero la eliminación, en la que perdió dos partidos y sólo le ganó a Irlanda, (que encabezó el grupo) sumada a la dura goleada sufrida ante Checoslovaquia por 6-1, hizo que ese equipo fuera castigado a mansalva. Más aún Amadeo Carrizo, su arquero, señalado como el gran responsable.

Quizás para la cátedra de la ignorancia en 1930, Luis Monti disfrutó arrugando o hubo un complot, o le dio lo mismo que «lo pasaran por arriba», y Amadeo Carrizo 28 años después, veía con agrado como le hacían goles y más goles, o por lo menos le importó poco. El señalado como mejor arquero del mundo junto al ruso Lev Yashin, era indiferente al ir a buscar la pelota dentro del arco, según la lógica de los hinchas entendidos y nacionalistas y de los periodistas eruditos y doctorados en ciencias afines a la psicología. Esa Selección sufrió el agravio en la llegada a Buenos Aires y Amadeo Carrizo el agravio personal, ese que ponía en duda su dedicación y amor por la camiseta argentina.
Pero para cerrar el capítulo de Suecia es interesante recordar cómo esa falsa actuación deportiva cambió el rumbo del fútbol argentino. A partir de ahí en estas tierras se replanteó el estilo y se comenzó con los libros que enseñaban que lo físico era clave y la pelota un objeto necesario pero nunca indispensable. En lugar de observar el fenómeno se prefirió echarle la culpa a la esencia y a los protagonistas directos, cuando se podía haber usad0 a éstos para volver al camino. Otra paradoja, ya que el campeón en Suecia fue un ballet: Brasil. Quien con Garrincha, Didi, Vava, Pelé con 18 años y Zagalo, más Zito, Nilton Santos, Orlando y Djalma Santos, dio lecciones de fútbol. Brasil, como Hungría cuatro años antes, fue un canto al juego. Argentina, que tenía tantos o más genes de ese juego incorporados a la mayoría de sus futbolistas, giró 180 grados. ¿Hacía dónde? Hacia su página más oscura con la Selección. Página oscura no porque no se consiguieran títulos, sino porque se abrió un precipicio nunca más zanjado en cuanto a su estilo y convicciones.
Supongamos, apenas, que ese golpe al ego más que al fútbol, hizo que la bronca superara a la reflexión y que se actuara en consecuencia. Y al mismo tiempo el hincha y muchos periodistas fueran cambiando sus convicciones e ideas futboleras. Lo que nadie cambió porque evidentemente siempre estuvo metido en el fútbol argentino, fue el exitismo y la creencia de que nosotros (los argentinos, claro) somos los únicos predestinados al primer lugar del podio. Quizás por eso nació esa penosa frase (desde los periodistas obvio, o algún medio, no tengo certezas del copyright) de los «campeones morales». El traje perfecto para supuestamente sufrir menos y la excusa ideal para nunca más superarnos.
Hasta que cambiamos a los campeones morales por los héroes que nos iban a redimir. Hacia ellos fuimos, a cargarlos de honores, pero también de presiones con el condicionamiento de que la supuesta fama había que refrendarla con éxitos. O serían condenados como cualquiera. El título en el 78, el consecuente y necesario revisionismo por el contexto del criminal gobierno militar, igual posibilitó que con Kempes y Passarella como líderes, el argentino futbolero y el periodista casi-futbolista, convergieran en el festejo y las loas. Luego, la aparición de Diego Maradona se manifestó como la del Mesías. Pocos recuerdan, parece, las críticas que sufrió ese chico de Fiorito de 22 años tras la eliminación en España 82. Que es menos de lo que se dice, que Pelé había salido campeón a los 18 y él ya estaba en Europa (en Barcelona). Claro que Maradona tuvo a favor ( para no quedar en el centro de la escena) la inquina y facturas a cobrar que tenían muchos periodistas con César Menotti. Entonces a la pira fue uno solo: Menotti.
Si algo nunca va a faltar en el fútbol argentino es la hipocresía y el oportunismo. Y con la coronación en México 86 hizo que se archivara cualquier canibalismo. Tampoco hizo falta analizar nada. Y por suerte en la final con Alemania el resultado favoreció a la Selección, ya que con un resultado adverso esta vez a la pira hubieran ido Carlos Bilardo y especialmente Maradona. Otro Mundial no se le hubiera perdonado. Como si ocurrió con su conmovedora actuación lesionado en Italia 90. Como no ocurrió con su dóping positivo en EE.UU. 94, cuando para muchos se abrió una grieta en el amor incondicional a Diego y otros se alinearon en la defensa al ídolo caído.
Supongamos, apenas, que por aquí las reglas del juego son esas y no otras. Para los ídolos y las idolatrías. Para entender todas esas razones que pretendemos esgrimir al hablar de fútbol y de futbolistas. Pero que en el fondo la razón no entiende. Hoy y más aún tras la Copa América y esta final perdida a 12 meses de la caída en el Mundial de Brasil, el eje es Lionel Messi. Hay ultras en cada lado y hay unos cuantos menos tratando de analizar más fríamente. Es claro que los anti Messi son más dificiles de entender, como a todos los anti será por el efecto facilista que impone el no, por sobre cualquier propuesta enriquecedora. La inconsistencia de los argumentos anti se sustentan, en realidad, únicamente en la falta de puntería y en un resultado. Tras el 0-0 con Chile, si en los penales hubiera acertado Argentina ¿alquien hubiera reparado en algunas cuestiones de Messi? Seguramente su imagen a gastar habría sido la patada de Medel en el estómago (¡como le pegaron!), la última jugada que armó y no fue gol de Lavezzi o Higuaín (¡siempre hace alguna genial!), o su penal perfectamente pateado (¡Qué nervioso se puso!). Hubieran coincidido los pro y los contra.
Supongamos, apenas, que como este es un país lleno de técnicos de fútbol y súper entendidos, se desmenuzan las actuaciones de Messi con rotunda certeza. Supongamos, apenas, que como por aquí la gente sabe mucho de todo, además de técnicos los hinchas y muchos periodistas son psicólogos, por eso pueden definir cuestiones sobre su personalidad (parece perdido, mira al piso y no se carga el equipo al hombro vaya a saber porqué razones insondables de su mente). Supongamos, apenas, que todos aquellos que aseguran que no se calienta (como muchos de sus compañeros) porque está lleno de plata, tienen información calificada e imposible de revelar que supere apenas esa temeridad verbal. A Messi se lo puede analizar y criticar, por supuesto, pero con argumentos mayores, en calidad y sustento, a las eximias condiciones futbolísticas del rosarino, por ejemplo.
Supongamos, apenas y por un segundo, que todos los argentinos, hinchas o periodistas, que castigan desde lugares incomprobables a Messi, cargan con sus propias frustraciones y hasta con las que les genera Messi. Lo que no merece discusión es que la mochila es desigual siempre. Supongamos, apenas, que Messi carga con la mochila de su frustración, pero al mismo tiempo soporta la que le transfieren millones de argentinos.
¿Cómo entender que te llamen victimario cuando apenas sos la víctima primaria? Eso en mi barrio, supongamos que educadamente, se llama injusticia.