La quimera del barro

Se escuchan y leen expresiones en el fútbol que generan un «bip» en nuestra cabeza, como el del celular cuando entra un mensaje. Y tal vez se trate de eso, de mensajes o de llamadas fallidas. El ruido ante la frase que de ninguna manera se puede catalogar vacía de contenido o lanzada en un momento de fastidio.

El día que Gimnasia cayó 1 a 0 ante Defensa y Justicia en La Plata, por la primera fecha, el ruido lo hizo Pedro Troglio, el técnico local, quien con enojo le dijo a un periodista en el campo que había que terminar con la pelotudez de salir jugando, y había que reventar la pelota. Lo había enojado que el intento de salir desde el fondo de su defensa terminara con un error (o acierto de la presión del rival) que derivó en el gol.

Pedro Troglio, quien surgió de las inferiores de River (en esos tiempos más que nunca escuela de fútbol con la impronta de Pedernera-Pando-Vairo y también Delem, donde ganó 4 títulos, 3 de ellos internacionales) creía saber como se podía haber resuelto la acción con otra de efecto incierto. En el fútbol jugar, o intentarlo, nunca es una pelotudez. Jugar, o intentar, es responder a la esencia de ese deporte. Tirar la pelota a la «estratósfera» es apenas un homenaje a los astrónomos. La jugada en cuestión estuvo mal resuelta, no la idea de salir jugando, que era algo perfecto y ni siquiera elogiable sino inherente a cualquier esquema del fútbol, a cualquier táctica y a cualquier estrategia.

Está demostrado en el más alto porcentaje de partidos y acciones dentro de ellos, que la pelota que se rechaza fuerte y lejos vuelve inmediatamente, y no como un bumerán que sorprende por detrás, sino como un problema mayor que regresa de frente a la defensa. Salir jugando mantiene la posesión, claro que hay que hacerlo bien, seguro, con las posiciones «amigas» tan dibujadas en la cabeza como las posiciones «enemigas».

La fecha pasada en el Nuevo Gasómetro San Lorenzo cayó 2-1 ante San Martín de San Juan, en un partido que podía haber ganado 5-2 (por poner apenas una cifra derivada de un porcentual lógico de conversiones, respecto de las llegadas del local). Cauteruccio y compañía fallaron varias veces dentro del área. Ése fue el pecado de San Lorenzo y no otro, ya que fue protagonista, atacó todo el tiempo, por momentos hasta jugó correctamente y debió haber ganado sin sobresaltos.

Al terminar, el técnico local Edgardo Bauza definió acertadamente que los merecimientos no dan puntos, y que esperaba en el próximo partido jugar mal y ganar. No hizo referencia a que había que insistir en el tipo de juego desplegado y que había que trabajar aún más en la definición, al cabo, el único punto flojo del equipo. Lo que cualquiera merece tiene que ganárselo. Tan cierto como que  ganar algo sin merecerlo es tan efímero como poco gratificante.

Edgardo Bauza es un entrenador con mucha experiencia. Tiene un recorrido importante en el fútbol, y si de títulos se trata ostenta una doble corona en la Copa Libertadores (una con la Liga Deportiva Universitaria de Quito y otra con San Lorenzo). Como jugador fue líder y figura en Rosario Central (La Academia, como se la conoce y no precisamente por tener una historia de fútbol rústico) y además es el cuarto defensor más goleador del fútbol mundial (detrás de Koeman-Passarella- Hierro). Y cuando un defensor es goleador su característica es invariablemente la audacia y valentía para jugar. Entendemos que después de ser jugador se sigue viviendo, hasta dirigiendo, y no necesariamente la línea de tiempo hermana las etapas de la vida con el mismo concepto.

Si bien los protagonistas directos del fútbol se fastidian, con razón, cuando los periodistas edifican sus análisis desde los resultados, tanto Pedro Troglio como Edgardo Bauza construyeron sus explicaciones y definiciones desde el resultado y hasta fueron concluyentes con lo que prefieren (tirar la pelota a cualquier parte pero no perder, jugar mal y ganar, en cada caso) aunque ellos con su experiencia sepan que lo único que puede acercar a un equipo a un buen resultado es cuidar la pelota, jugarla bien, arriesgar no desde el lirismo sino desde la lógica y el orden. A veces puede salir mal, casi siempre sale bien.

Estos dos casos son apenas referencias de una discusión que no se termina de dar profundamente en el fútbol argentino aunque no necesariamente deba zanjarse alguna vez. Lo importante, finalmente, no es llegar a una definición que derive en un «decreto-ley» sino por lo menos ahondar en una discusión enriquecedora.

Jugar bien, jugar lindo, ser pragmático, ser progre o conservador con la pelotita. De todo eso se habla y se intenta explicar, analizar, descalificar o avalar.

Afortunadamente quedó atrás esa falacia que señalaba que había técnicos obsesivos y trabajadores versus los supuestamente «fiacas». Cosas de los periodistas más que de los sujetos en cuestión, en realidad.

Marti Perarnau, el autor de ese libro necesario, «Herr Pep», define muy claramente la idea y los objetivos de esa enciclopedia del fútbol ambulante que es Pep Guardiola: «es el eterno insatisfecho, nunca está satisfecho con el juego de su equipo, con las ideas tácticas, siempre cree que hay algo que se puede mejor incluso ante la mejor de las victorias, siempre se queda con aquellas que puede mejorar».

Ahí quizás está el secreto. La búsqueda constante de mejorar y maximizar la idea. Para jugar, para ganar, hace falta una idea y una convicción. Algo que vale oro en cualquier tiempo y en cualquier actividad. Una idea, que siempre va a valer más que un resultado circunstancial, que muchas veces parece que brilla, pero que al final del camino puede llegar a ser tan opaco como el barro.