La camiseta no es una bandera

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Quienes soñaron que con el fútbol se pueden derribar fronteras, fallaron. Y quienes imaginaron que este hermoso juego materializado en un deporte que lucha desesperadamente por no ser avasallado por el negocio y el espectáculo podía vulnerar barreras, fallaron también.

Fallaron quienes lo soñaron, fallaron quienes lo impulsaron e impulsan. Fallan quienes insisten en esa tarea. Por suerte estos últimos, a pesar de seguir fallando son quienes tiran de un carro cada vez más pesado. Son la última esperanza de que no todo se pierda en el campo de juego del olvido, o peor aún, en un campo que muchas veces parece más de batalla que de corazón y pases cortos.

No es la idea focalizar en un hecho como la madre de todos los hechos cuestionables o génesis de los malos hábitos. Pero no hay otra alternativa que hacerlo para girar una y otra vez sobre recurrencias penosas, observando el precipicio en el que cae el fútbol cuando se mezclan las pasiones chauvinistas por encima de las deportivas.

En el partido entre Chile y Uruguay por los cuartos de final de la Copa América el gran fiscal del fútbol de hoy en día, la cámara de TV, mostró un ultraje inesperado y atroz cometido por Jara a Cavani, y la reacción casi natural aunque poco profesional del delantero uruguayo, que mereció la tarjeta roja por parte del técnicamente mediocre árbitro brasileño Sandro Ricci. Es paradójico, pero el árbitro de todos los desaciertos de esa noche actuó correctamente a partir de lo que vio (el golpe de Cavani), y nada podía hacer ante lo que no vio. Todos sus otros errores forman parte de su manual de las limitaciones.

Muy grave fue todo lo posterior. El brasileño había tenido un tan mal arbitraje como por ejemplo el árbitro local Osses en Colombia-Brasil. Pero claro, se acercan las definiciones, y todo se amplifica y se exacerba. Los perdedores culparon de todo a Ricci, el mismo que fue absolutamente permisivo con ellos en Argentina-Uruguay, cuando la falta sistemática fue regla sin pena. Messi fue una de las presas a cazar por diversos cazadores para que no pagara uno solo por sus repeticiones. Pero claro, muchos siguen sosteniendo que el fútbol es cosa de hombres, de recios, un deporte de contacto. Cuando es un juego de personas, en realidad, y apenas contempla el contacto, nunca descansa en él como inherente a las acciones.

Pero el tema es otro, el de las fronteras, decíamos al principio. Si todo hubiera quedado allí…en el campo de juego del Estadio Nacional de Santiago y con las famosas pulsaciones a 180, como dice esa lamentable frase hecha del fútbol que intenta justificar cualquier reacción o tropelía. Si todo hubiera quedado ahí igual no estaba bien, pero estaba menos mal observando como siguió la película.

Todo continuó con declaraciones de Luis Suárez recordando que Chile no ganó nada y obviamente en eso se diferencia de Uruguay, máximo conquistador de Copas América. Y con Lugano amenazando a Jara. Y con muchos chilenos minimizando el episodio. Y con la prensa que se transforma en tan partidaria como poco analítica, casi rozando la obscenidad de la exposición desmedida en pos de la suprafama al alcance de la mano, o de la palabra fácil y la adjetivación consagratoria.

Pero seguimos hablando del americanismo en el fútbol. De la Copa América. Del torneo que reúne a los de esta parte del mundo, a los menos poderosos del fútbol en lo económico y en lo marketinero. A las selecciones de la supuesta América hermanada, la latina. Acá no están los «yanquis» pero siempre habrá una excusa para silbar algún himno de un país hermano. Siempre habrá tiempo para que chilenos y argentinos se crucen frases hirientes (por Malvinas o por lo que sea, no nos engañemos), que se haga fuerza para que cualquiera le gane a Brasil, para que Colombia sea simpática mientras no sea el rival de turno, y así sucesivamente con cada Selección «hermana latinoamericana».

Nos enojamos o alabamos a Jara, a Cavani, a Neymar, al árbitro brasileño Ricci o al árbitro chileno Osses, o a quien sea, si pasa algo que nos cae bien o mal, que nos gratifica o que nos fastidia. Ensayamos con razón la amplísima duda de por qué los correctos futbolistas de este continente, en sus lujosos clubes europeos son señoritos educados (en su gran mayoría) y cuando vienen a estos contextos, se desatan y muestran su peor cara.

En realidad no se desatan, simplemente se liberan de obligaciones superprofesionales y se sacan el traje caro y de primera marca. El tema parece que es vestirse con la bandera. Envolverse en ella apenas para quedar desnudos de verdades. Y en nombre de la bandera todo está permitido, parece.

Si las banderas en los tiempos de las emancipaciones y gestas libertadoras, se transformaron en estandartes de guerra, ahora no corresponde. Por favor saquemos las banderas del fútbol, y los himnos, y dejemos de besar las camisetas. Con apenas transpirarlas e intercambiarlas bien mojadas con el rival, basta.

Eso de andar buscando trofeos y venganzas nacionalistas en este juego-deporte es tan hipócrita como seguir insistiendo en que lo más sano del fútbol son los jugadores y lo más puro son los hinchas.