Hay periodista. Hay escritores. Hay periodistas que hacen de la literatura su segundo hogar y hay escritores que desde el periodismo cuentan historias que colman tanto como sus libros. Ariel Scher es todos y cada uno de esos periodistas y de esos escritores. Y en su último trabajo, un regalo para todos nosotros, cuenta el juego como pocos y hace que nuevamente la literatura y el deporte se fusionen desde su propio talento y desde el espacio en que muchos hemos alimentado nuestros sueños en textos y obras de nueve especiales escritores.
Contar el Juego, para Ariel es haber vivido el juego, o todos los juegos del juego. Escondido en cada deporte y comenzando y volviendo invariablemente al fútbol: el padre, la madre o el hermano mayor de todos los deportes para los argentinos. Y de alguna manera, para esos nueve escritores que desde distintos lugares de este país fundieron sus ilusiones de levantar los brazos triunfantes, tanto como las de expresarse desde la correcta y hermosa sensación de acomodar las palabras para darle forma a un poema, un cuento o una novela.
Eduardo Sacheri y la ficción jugueteando con la realidad en ese gol convertido y evitado. O el fenomenal Bochini, como cuenta Ariel, “que impregnó paginas de Sacheri por muchos motivos, entre ellos porque sus jugadas rompían las fronteras de la realidad, algo que la literatura todo el tiempo propone como pacto”.
Julio Cortázar y ese nocáut fulminante en el tablero de ajedrez. Y como dice Scher: “Solo se es si se juega, parece avisarle, generoso, a todas las personas de su tiempo y a todas las que vendrán…Cortázar es un juego que todo el tiempo vuelve a empezar”.
Osvaldo Soriano, ese crack de la pelota que la realidad de la ficción convirtió en escritor y en periodista. Tal vez sólo para demostrar que el “fútbol es una patria dentro de la patria”, como bien recuerda Ariel.
Y ahí va Roberto Fontanarrosa cuya literatura “es un sinfín de sonrisas y muchas de esas sonrisas se afincan en las pulsaciones futboleras de las edades primeras”, dice el autor.
Y también va Juan Sasturain, “Un experto en reunir mundos…Si algunas visiones tradicionales divorciaban el fútbol de la literatura, el ofició el matrimonio; si la historieta –otra de sus pasiones y uno de sus saberes- permanecía escindida del campo académico, el edificó un puente”, concluye generosamente Ariel.
Por supuesto Adolfo Bioy Casares, propietario de todas las palabras y los talentos, quien simplemente al recibir el premio Cervantes, reconoció que: “Lo que yo realmente quería era correr cien metros en nueve segundos y ser campeón de box y de tenis”.
Y va por supuesto Rodolfo Braceli, “cronista de mil acontecimientos”, eterno admirador de Nicolino Locche, confrontador y amigo de Antonio Di Benedetto, escritor esencial.
Y finalmente Martín Caparrós, que como sintetiza Ariel, de Boca es y de fútbol vive. Desde sus sueños de jugador, su pasión azul y amarilla, sus días en la lejanía del país doloroso y el Mundial 78. El nexo, finalmente entre su padre de River y su hijo bostero, como él.
Todo eso hizo Ariel Scher en este libro. Juntó a nueve. Casi armó un equipo. ¿Qué faltan dos? No. De 10 juega Scher y, al arco…Al arco va cualquiera. Si el tema es mirar como juegan el juego los que cuentan el juego.