El 11 de julio, en la sudafricana ciudad de Johannesburgo Holanda y España disputaron la final del Mundial 2010. Se puede decir que ambos equipos llegaron justificadamente a esa instancia si se usara en fútbol el “mereciómetro” algo poco recomendado por gran parte de la Cátedra periodística, que a veces lo debe utilizar en sus análisis para coincidir con los aficionados devotos del resultadismo cuasi exitista (quienes cuando sus equipos pierden necesitan el consuelo de “que merecimos más” y cuando ganan reafirman el contundente “ganamos bien”).
Hace unos días, el 31 de marzo en Amsterdam, Holanda y España jugaron un encuentro amistoso preparatorio para ambos. Los locales consolidando un equipo que llegó a semifinales en el último Mundial y los españoles tratando de reencontrar el DNI y el ADN de aquel doble campeón de la Eurocopa y rey Mundial, logrado en Sudáfrica 2010.
Un partido entre el que quiere seguir en la consideración, aunque haya perdido frescura e indentidad hace tiempo (y hasta hace todo lo posible por ratificar la sentencia reciente de Johann Cruyff que dijo que “Holanda duele a los ojos”); y el que no puede volver, España, tal cual mostró en la Copa Confederaciones de Brasil en 2013, y en la Copa del Mundo en ese mismo país en 2014.
Este último partido que disputaron ambos equipos no justifica análisis, ni siquiera recuerdos exhaustivos por el juego ni por las incidencias del mismo. Hasta que a los 31 minutos del segundo tiempo desde el banco español salió dirigido al campo de juego Andrés Iniesta. Sin Ribery, Robben o Xavi en el espectáculo, el único “diferente” que podía mostrar el partido.
Desde su primer contacto con la pelota se vio que iba a hacer lo que al resto le costaba, mantener la posesión de manera religiosa y tratar que su equipo con eso pudiera tener una aproximación coherente al arco rival, y si no, por lo menos que el rival no pasara la mitad de campo y el 2-0 en contra de España no se convirtiera en una carga mayor de regreso a casa.
Sorprendentemente desde la primera pelota que descansó en el botín derecho de Iniesta, abucheos y silbidos llegaron desde muchos sectores del estadio, de tantos simpatizantes como para que en la transmisión televisiva fuera notorio.
Entendemos que aquel gol de Iniesta en la final del Mundial 2010, faltando 4 minutos para el final de tiempo suplementario del partido, no lo haya convertido un ser grato para el simpatizante holandés. Aceptamos como válido que en el fútbol de cualquier sitio del mundo no se entronice al que nos puso en nuestro lugar. Interpretando a los hinchas holandeses, claro. Pero tampoco es tan difícil entender que lo que hizo Iniesta fue eso, poner las cosas en su lugar. Por ejemplo, en el mismo partido, tanto como De Jong con su planchazo en el pecho a Xabi Alonso quiso poner las cosas en el lugar más equivocado. Esa final, al cabo, tuvo la cara y la ceca del fútbol, con el golazo de Iniesta que valió un Mundial y la jugada de De Jong que valía un destierro del fútbol.
Pero la reflexión iba a lo que ocurrió en el Amsterdam Arena. ¿Es válido definir taxativamente que en otros “mercados” menos pasionales y exitistas que los sudamericanos ya no se rinde culto a lo valioso en el fútbol? ¿Se globalizó todo de tal manera en el fútbol, que el que juega un fenómeno, si es mi rival ya no juega un fenómeno, o por lo menos si lo hace lo insulto o descalifico?
La primera sensación que nos invadió mientras veíamos el partido y escuchábamos los abucheos fue la arbitraria construcción ruidosa de que en la tierra de uno de los mejores cinco jugadores de todos los tiempos, del que llevó a Holanda a lo más alto, de quien fue el embrión del “nuevo fútbol español (desde el vientre catalán)”, Johann Cruyff, se repudiaba al mejor futbolista español de todos los tiempos. Para la liturgia del fútbol sería algo así como para otra liturgia, abuchear a un profeta en el templo. Tan impensado como antinatural.
Pero Iniesta, quizás el mejor alumno de la salita naranja, jugaba sordo al juego que más le gusta y en ese momento, que más le servía a un equipo español desorientado. El silencioso oriundo de Castilla-La Mancha no había entrado para ganar la batalla sino para llevar a su equipo a tierra firme, y sin más daños.
El propio DT de Holanda, Guus Hiddink, trató de sinvergüenzas a los hinchas que silbaron. En realidad deben tener más vergüenza que buen gusto. Que muchos habitantes de las gradas lo abuchearan solo dio una señal inequívoca de que podrá haber muchos Iniestas para mejorar el fútbol, pero siempre habrá muchos más simpatizantes dispuestos a ver lo que quieren que ocurra y no lo que pasa en realidad. Here, There and Everywhere, dirían Lennon y McCartney.